Todos los códigos deontológico del periodismo existentes admiten de una u otra forma la verdad objetiva como ideal supremo del buen informador. Y ello porque se trata de satisfacer un derecho humano fundamental de la persona humana y de la entera sociedad, cuyos intereses prevalecen sobre los particulares del informador.
Inseparables de la verdad son la objetividad, la exactitud y la veracidad. Por lo mismo se condena taxativamente toda forma de distorsión informativa, sobre todo la omisión, la exageración o énfasis indebido, así como la propaganda. Distorsión equivale a lo que comúnmente solemos llamar manipulación.
La objetividad absoluta no siempre es posible en la práctica
Si un mínimo de objetividad es indispensable, la veracidad resulta de todo punto inexcusable. El informador que no es veraz, engaña, y a partir de ese momento pierde el derecho a informar. Equivocarse puede ser éticamente correcto. El engaño deliberado no lo es jamás .
viernes, 4 de junio de 2010
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